Las cuevas son los sitios salvajes más remotos y frágiles del mundo. Proporcionan hábitats irremplazables para plantas y animales raros, algunos de los cuales pasan toda su vida en completa oscuridad. En su camino hacia nuestros suministros de agua potable, el agua a menudo viaja -(a través de cuevas)- a los pozos, manantiales y acuíferos, las fuentes de la mayor parte de nuestra agua potable.
Los intrincados pasadizos de una cueva y sus espectaculares formaciones ofrecen un exquisito paisaje y fascinantes oportunidades para la investigación y su cartografía. Muchas cuevas asimismo preservan frágiles registros prehistóricos e históricos durante milenios. Las cuevas, sin embargo, están amenazadas por las actividades humanas, tanto por encima como por debajo del suelo. La desidia y la ignorancia, así como el vandalismo intencional, pueden rápida y permanentemente dañar una cueva: sus formaciones, su entorno y las plantas y animales que allí viven.
Los paisajes cársticos incluyen cuevas, pozos, ríos subterráneas y otras características formadas cuando el lecho rocoso -(o roca madre)- es disuelto por el agua. Las cuevas conocidas como ‘tubos de lava’ son fisonomías pseudo-cársticas, creadas por la actividad volcánica. En Costa Rica existen más de 370 cuevas exploradas*, localizadas en diferentes condiciones geológicas y orígenes (p. ej., cárstico, marino, tectónico, volcánico, o por combinaciones). La Zona Sur es la región cárstica más grande de Costa Rica, con más de 200 cuevas*, algunas de las cuales son las más largas y más profundas del país (*: Speleobase GEA, actualizado a Sept. 2016).
Las zonas cársticas están entre los terrenos más diversos, fascinantes, ricos en recursos, pero a la vez más problemáticos del mundo. Contienen los manantiales o surgencias más grandes y más productivos de aguas subterráneas del planeta. El karst es el paisaje más vulnerable a los impactos ambientales. El uso cuidadoso de zonas cársticas puede producir importantes beneficios económicos y científicos. La gestión racional de karst requiere de la participación consciente de los ciudadanos responsables y de quienes toman las decisiones sobre el uso de la tierra, trabajando a menudo estrechamente con los espeleólogos que exploran, mapean y estudian las cuevas.
Protegiendo nuestra agua
Las cuevas juegan un papel vital en la calidad de nuestra agua potable. En las zonas cársticas, las corrientes de agua de la superficie penetran muy rápidamente en las cuevas, recibiendo muy poca filtración. Esta agua y las impurezas que lleva -desechos humanos y animales, pesticidas, fertilizantes, derivados del petróleo y otros contaminantes- a menudo viajan grandes distancias subterráneamente, contaminando pozos, manantiales y acuíferos. Sólo por la sabia y cuidadosa administración de la relación entre karst y agua, y evitando que los contaminantes entren a las cuevas, podremos proteger la calidad de nuestra agua potable.
Obras maestras de la Naturaleza
En lo profundo de la tierra, gota a gota, cristal tras cristal, una solución de agua y minerales se filtra por las grietas de la roca, depositando formaciones -o espeleotemas – en los pisos, techos y paredes de las cuevas. Sin embargo, un solo toque descuidado o gesto malicioso puede destruir lo que tardó siglos en formarse. Una vez dañado o destruido, las formaciones de la cueva no pueden ser reemplazadas.
Guardianes de nuestro pasado
Las cuevas ofrecen claves valiosas de los eventos geológicos más importantes del Planeta, así como de nuestro pasado prehistórico e histórico. En las profundidades de las cuevas se han conservado los fósiles del hombre, así como de plantas y animales extintos. Las cuevas también han servido, desde tiempos prehistóricos, como casas, cementerios y sitios para prácticas religiosas. A diferencia de cualquier otro ambiente, la temperatura casi constante de una cueva conserva nuestros sitios arqueológicos y culturales más sensibles.